Cristhian Alfonso Rodríguez Telumbre, un apasionado de la danza folclórica
ROSALÍA VERGARA
CIUDAD DE MÉXICO (APRO)
Cristhian Alfonso Rodríguez Telumbre tenía 19 años cuando de manera forzada fue privado de la libertad junto con otros 42 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014.
Era el único hijo varón de Clemente Rodríguez y Luz María Telumbre. Medía 1.85 metros y era moreno, de ojos negros, cabello quebrado y peinado hacia atrás. Sus compañeros lo apodaban “Clark”, porque usaba lentes de pasta negros, como los de Clark Kent, el personaje de un cómic convertido en Superman para combatir al crimen en Smallville, Texas, Estados Unidos.
Cuentan sus amigos que entre sus planes estaba mejorar su vivienda, comprarse un auto y viajar con sus padres y hermanas a Acapulco, para chapotear en el mar.
No era muy abusado en los estudios, y sus familiares creían que estaba peleado con los libros, porque reprobó el cuarto año de primaria. Entrando a la pubertad, en la secundaria, se volvió más desinhibido y platicador, aunque seguía sonrojándose si una muchacha le hacía la plática.
Quería estudiar para ayudar a su familia, pero su pasión era la danza folclórica, que practicó desde la infancia. Con sus famosos botines blancos –el recuerdo más vívido de sus conocidos–, zapateaba martes y jueves en la Casa de Cultura de Tixtla, con el grupo de danza folclórica Xochiquétzal.
Fue su manera de lidiar contra la inseguridad y la timidez. Y en el salón lo siguen recordando con sus botines blancos guardados en la mochila beige, que sigue ahí desde su desaparición forzada. Ahí los dejó su madre con la esperanza de que su hijo los recogiera personalmente.
Y su profesor de danza folclórica conservó un billete de 200 pesos que le había dado a guardar. En un papel escribió con tinta negra: “guayabera, 36, talla. Christian Alfonso Rodríguez Telumbre. $400 – $200 = $200”. Era la cantidad que le faltaba para comprarse una prenda de vestir.
Cristhian Alfonso estudio en la Preparatoria 29. Era serio y dedicado, pero igual iba a fiestas y a las festividades del pueblo, o paseaba a la laguna, a unos kilómetros de Tixtla.
También lo conocían como “Soncho” o “Sonchito”, y en la rural de Ayotzinapa le decían “Hugo” por su afición a las playeras marca Hugo Boss, hechas con serigrafía.
Se graduó con promedio de 8.74. Sus profesores lo consideraban un alumno serio y cumplido. Quería ser veterinario o maestro de educación especial, pero ni él ni su familia tenían recursos para inscribirlo a la Universidad Autónoma de Chapingo, en Texcoco, Estado de México, o para continuar sus estudios en Chilpancingo, Guerrero.
Christian había sido rechazado en la Centenaria Escuela Normal del Estado “Ignacio Manuel Altamirano”, para estudiar Educación Especial. Tiempo después se abrió una plaza, pero ya había ingresado a la Normal de Ayotzinapa.
El muchacho creció en la colonia Antonia Nava de Catalán, en el barrio de Santiago, en Tixtla, Guerrero. Una comunidad de 2 mil personas. Su familia tenía lo básico para vivir: un refrigerador, una televisión vieja sobre un mueble de madera, bancos de plástico apilados, un par de sillas –también de plástico– cubiertas de ropa doblada.
Tras su desaparición, la familia colocó un mantel de encaje blanco sobre una mesa pequeña de madera, con flores, veladoras, imágenes religiosas, la imagen de la virgen de Guadalupe y la foto ovalada del hijo desaparecido.
En la pequeña casa, una cortina de tela oculta la cama de Christian, con sus cosas personales intactas: ropa que le compraron durante su ausencia y la recibida por don Clemente, el padre, cuando viajaron a Estados Unidos, y la guardaba para cuando aquél regresara.
El padre recordó que su hijo tenía muchos sueños, entre ellos ser veterinario. Cerca de su casa había un terreno con puercos, gallinas y un pato que eran alimentados por Christian. Y quería tener un caballo.
Los padres lo vieron por última vez el 24 de septiembre de 2014, cuando lo fueron a dejar a Ayotzinapa, y lo vieron caminar hasta perderse en la Normal Rural.
Christian no tuvo opciones. Su fatal destino fue ser víctima del crimen organizado. Y el de sus padres, una de las familias que perdieron a sus hijos, quienes aquel septiembre se trasladaban a la Ciudad de México, desde Iguala, para participar en la marcha del 2 de octubre que se realiza cada año para no olvidar la masacre estudiantil de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Cuarenta y tres estudiantes fueron desaparecidos. La Universidad de Innsbruck identificó los restos de Christian Alfonso Rodríguez Telumbre. (Con información del perfil realizado por la periodista Patricia Sotelo Vilchis para el libro “La Travesía de las Tortugas”, reeditado por Ediciones Proceso).