SERGIO OCAMPO ARISTA
CHILPANCINGO, GRO.
El próximo 26 de septiembre, se cumplen 8 años de que el Estado Mexicano, planeó, ordenó y ejecutó, la acción para desaparecer a 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, y matar a dos alumnos más, y a otras 4 personas que estuvieron en la hora, el lugar, y el momento equivocado.
Incluso el presidente de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del caso Ayotzinapa (Covaj), Alejandro Encinas Rodríguez, reveló que fue el coronel José Rodríguez Pérez, responsable del 27 Batallón de Infantería en Iguala, quien presuntamente ordenó la ejecución y desaparición de los últimos seis normalistas de Ayotzinapa, y como premio un año después, fue ascendido por el gobierno de Enrique Peña Nieto a general brigadier.
También El Coronel, habría estado en contacto con miembros del grupo Guerreros Unidos, de ahí que la llamada “verdad histórica” se pactó en los más altos niveles del gobierno de Peña Nieto, en las reuniones que se llevaron a cabo en la residencia oficial de Los Pinos.
Existen evidencias que al menos seis estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, sobrevivieron cuatro días después de los hechos del 26, y la madrugada del 27 de septiembre, y que fueron asesinados y desaparecidos por órdenes de El Coronel, o sea, José Rodríguez Pérez, entonces comandante del 27 Batallón de Infantería, con sede en Iguala, Guerrero, que recibía órdenes del general Alejandro Saavedra Hernández, en ese tiempo comandante de la 35 Zona Militar, con sede en Chilpancingo, que supo lo que ocurrió ese 26 de septiembre.
Según el informe de la Covaj, El Coronel, afirmó que “ellos se encargarían de limpiar todo, y que ya se habían encargado de los seis estudiantes que habían quedado vivos en una bodega. Mandaron cocinar a 10 de los estudiantes, e incluso en llamadas al teléfono de emergencia 089, se acredita que presuntamente seis de los estudiantes de los 43 desaparecidos estuvieron retenidos durante varios días y con vida en lo que llaman ‘la bodega vieja’, y que fueron entregados a El Coronel, quien se coordinó y dio órdenes a David Cruz H., El Chino, identificado como bombero, jefe de comunicaciones y sicario de Guerreros Unidos”.
También se informó que el funcionario conocido como “El A1”, presuntamente sería el ex alcalde de Iguala José Luis Abarca, a quien se ubica como la persona que dio la orden de desaparecer a los normalistas, en coordinación con los dirigentes de Guerreros Unidos, y otras autoridades. El A1 dio la orden de recuperar la mercancía: ‘me chingan a todos a discreción’. A1 ordenó la desaparición de todos los estudiantes porque no saben ‘quién es quién’ y se está calentando la plaza demasiado, ‘mátalos a todos, Iguala es mío’.
Los mensajes de telefonía muestran que el ex alcalde, se coordinó con el capitán José Martínez Crespo, del 27 Batallón de Infantería, quien a su vez tenía comunicación con El Chino.
Una crónica de
aquella noche
Poco después de la medianoche del 26 de septiembre (ya digamos los primeros minutos del día 27) de 2014, un grupo de ocho reporteros de Chilpancingo, partíamos con rumbo a la ciudad de Iguala, sin saber que nos encontraríamos con la noticia que conmovió al mundo: la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos.
Poco después de las 22 horas de ese 26 de septiembre, me disponía a cenar junto con mi pareja, cuando recibí una llamada telefónica de la redacción de La Jornada, en la que me preguntaban qué sabía de la represión de Iguala. Respondí que nada, que investigaría. Lo primero que hice, fue llamarle a Lenin Ocampo, que se encontraba transmitiendo en vivo en su programa de rock en Radio Universidad: ¿Qué sabes de enfrentamientos de los compas (alumnos) de Ayotzinapa?. Me dijo que le acababa de llamarle uno de los muchachos, y que nervioso le dijo que habían sido atacados por policías municipales en la terminal de autobuses de Iguala, cuando pretendían llevarse algunos autobuses para la marcha del 2 de octubre; aunque después me enteré que prácticamente en el transcurso del día se habían desarrollado una persecución constante en contra de los normalistas por varias calles y colonias de la ciudad.
Casi cuando iba a empezar a cenar, recibo una nueva llamada del periódico en donde me confirmaban la muerte de un estudiante (después se supo que fueron dos, y uno más herido en la cara, Aldo Gutiérrez); ya no pude cenar, empecé a hacer llamadas telefónicas, hasta que me acordé de una compañera reportera de Iguala, y le pedí que me proporcionara el teléfono del alcalde José Luis Abarca Velázquez, y del director de la Policía municipal Felipe Flores Velázquez.
Llamé primero al alcalde, y le pregunté, palabras más, palabras menos: “¿Señor qué pasó en Iguala, se habla de que hubo represión en contra de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, y que hay un joven muerto? Su respuesta fue con mucha seguridad: “No aquí no pasó nada, mire estoy ahorita estoy en el zócalo en un evento con mi esposa (Ma. De los Angeles Pineda Villa). Me enteré que vinieron los ayotzinapos (término despectivo con el que se conoce a los normalistas)”.
A esa hora, pasadas ya las 23 horas, al menos se sabía que había un muerto, y que habían tiroteado a los compañeros reporteros que cubrían una conferencia de prensa en la esquina del Periférico Norte, y calle Álvarez, en donde fueron asesinados Daniel Solís Gallardo, de 18 años, y Julio César Ramírez Nava de 23 de edad.
Y llamé al director de la policía municipal de Iguala, Felipe Flores, pero no me contestó. Meses después, el escritor estadounidense John Gibler, me daría la regañada de mi vida, cuando le comenté que había perdido la grabadora con las dos históricas grabaciones, la de José Luis Abarca, y la de Felipe Flores.
Intenté nuevamente, y finalmente contestó, y también le pregunté qué pasaba en Iguala con los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa: “Aquí todo está tranquilo, no tengo ningún reporte”, me dijo entre otras cosas.
CETEG
Ya como a las 23:34 horas, de ese 26 de septiembre, los maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (Ceteg), que en ese momento impulsaban su lucha en contra la reforma Educativa, convocaron a una conferencia de prensa.
Afuera de las instalaciones de la Secretaría de Educación (SEG), los maestros de la Ceteg, informaron que en Iguala se había registrado una balacera durante una conferencia de prensa de los estudiantes normalistas, y que se sabía que habían sido asesinados dos jóvenes estudiantes. Al concluir la conferencia, surgió la propuesta de trasladarnos hasta Iguala, obvio muchos colegas no estuvieron de acuerdo, pero al final poco después de la medianoche partimos en caravana de cuatro vehículos y un microbús, maestros de la Ceteg, estudiantes normalistas, y miembros de organizaciones sociales.
Ataque a
Avispones
Ya en el trayecto, tal vez a la altura del municipio de Eduardo Neri, nos informaron que un autobús del equipo de futbol Los Avispones, de la tercera división, había sido atacado en el crucero de Santa Teresa, ubicado a unos 10 kilómetros de Iguala, en donde murió el joven futbolista David Josué García Evangelista, y después el chofer Víctor Manuel Lugo Ortíz. Aunque en ese lugar murió un taxista, y su pasajera, debido a que fueron alcanzados por los balazos que dispararon civiles armados, y según dicen policías municipales; ahí también resultó herido de bala en un brazo, Alfredo Ramírez, reportero de Radio UAG, y miembro del Sindicato Único de Trabajadores del Colegio de Bachilleres (STACOBACH), que venía procedente de una reunión desde la Ciudad de México.
También desde Iguala, uno de los reporteros que estuvo en la conferencia de prensa en donde les dispararon los sicarios, nos advertía que no fuéramos a Iguala. Ya con la adrenalina a todo lo que da, desoímos la advertencia, y fue cuando el compañero Jacob “N”, nos dijo que ya no iría, que se quedaría en Eduardo Neri, que ahí lo dejáramos, como pudimos lo convencimos, y continuó en el convoy. Más adelante, en plena tormenta, como para destensar el ambiente, cuando en el horizonte apareció un rayo, se escuchaba mi voz: ¡ es satanás!, y se escuchaban risas nerviosas de los colegas al interior de la camioneta.
Cerca de la comunidad nahua de Xalitla, en una subida, encontramos una caravana de camionetas, ahora pensamos que eran sicarios, que iba rumbo al poblado de Mezcala, en donde se ubica la mina Los Filos; en ese tiempo no dijimos nada, pero a 8 años de distancia de la desaparición de los normalistas, nos surgen varias interrogantes.
Tal vez antes de las 2 de la madrugada ya del 27 de septiembre, unos 200 metros del crucero de Santa Teresa, vimos en el horizonte las luces de vehículos, lo cual nos extrañó por la hora. Bajamos de los vehículos, y observamos la figura de una persona que caminaba hacia nosotros los reporteros; se trataba del señor José Ma. “N”, un árbitro de partido de fútbol mejor conocido en la entidad, como la “pichacua”. ¿Qué hace aquí?, le pregunté. Agitado, me cuestionó, ¿más bien qué hacen ustedes aquí? Y nos explicó que se había trasladado a Iguala a buscar a su hijo, que había arbitrado el partido entre Los Avispones de Chilpancingo, y un equipo de Iguala. Fue la primera entrevista de los reporteros en el caso Ayotzinapa, después nos llevó hasta donde estaba el autobús en el que viajaban los futbolistas, y que había sido atacado por civiles armados y presuntos policías municipales, que se encontraba inclinado con cientos de balazos, y las ventanillas con los vidrios rotos.
Llegada a
Iguala
Continuamos nuestro trayecto, y pasadas las 2 de la mañana, llegamos a la entrada de Iguala, en un retén en donde comúnmente se instalan los sicarios y los policías municipales; nos saludaron con el clásico: “¡Bájense hijos de la chingada!; y las advertencias de no grabar. En ese lugar se encontraba un comandante de la policía municipal, que me reconoció, y con el dedo índice me apartó de la comitiva, y me dijo “Venga para acá: ¿qué anda haciendo aquí?, ¿qué está loco?” Pues me dicen que hay fiesta aquí en su tierra, le dije un tanto nervioso.
Después de un breve diálogo, primero me dijo que me trasladara a la central de Autobuses, que ahí estaba “lo bueno”; pero de inmediato cambio de idea, y me dijo: ‘Váyase (en singular) al Periférico norte y Álvarez, ahí hubo problemas’”.
Seguidos de “halcones” que viajaban en taxis, motocicletas, y un Volkswagen azul, llegamos a eso de las 2:30 horas al fatídico crucero, ahí estaban los militares, y enfrente una veintena de curiosos, seguramente la mayoría halcones. La lluvia continuaba, y al bajarnos de los vehículos, se dirigió hasta nosotros un oficial, probablemente del 27 Batallón de Infantería, que reclamó nuestra presencia, e incluso hubo empujones con los compañeros que tomaban gráficas y video, y al llegar me ordenó: “No pueden estar aquí”.
Le dije que eramos reporteros, pero respondió que no podíamos tomar fotos ni grabar. ¿Por qué no, acaso está usted de acuerdo?, le comenté señalando los dos cuerpos sin vida de los normalistas en el suelo. ¡Claro que no!, expresó el oficial, y después accedió a que con las luces de los vehículos alumbráramos la escena del doble homicidio, y los compañeros empezaron a tomar video, y fotos.
Una hora después de nuestra llegada, arribaron los peritos de la entonces Procuraduría del Estado. Uno de ellos al ver la escena, moviendo la cabeza, empezó a colocarles sábanas a los cuerpos sobre los que caía la lluvia.
Estando en las instalaciones de la ex procuraduría estatal, como a eso de las 4:30 de la madrugada, llegaron asustados los primeros estudiantes que salvaron su vida, escondiéndose en casa y en el campo; estaban asustados, y algunos lloraban.
De pronto un compañero, nos dijo que se realizaría un operativo de fuerzas federales y estatales en el poblado de Mezcala, debido a que el grupo delincuencial Guerreros Unidos, había atravesado tráileres en el puente del Río Mexcala (Río Balsas) en la carretera federal Iguala a Taxco; en el trayecto, la llanta delantera de mi vehículo se ponchó, ya no llegué al lugar.
Un día después las cifras de estudiantes desaparecidos variaba cada hora, primero se dijo que faltaban 69 jóvenes; después que 49; hasta el lunes 29 el abogado Vidulfo Rosales Sierra, dijo que faltaban 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa; y los padres de familia ese mismo iniciaron las movilizaciones en busca de sus hijos, y 8 años después continúan su lucha.
Los infiltrados
El catedrático de la Universidad Autónoma de Guerrero (Uagro), Arturo Miranda Ramírez, aseguró que el exgobernador Angel Aguirre Rivero “fue quien infiltró a seis presuntos “jóvenes pobres” a la Normal de Ayotzinapa, dos de los cuales estuvieron al tanto de la desaparición de sus demás compañeros el 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala”.
El dirigente de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), recordó que “después de que el 12 de diciembre de 2011, Aguirre Rivero (1 de abril de 2011 a 24 de octubre de 2014) ordenó el brutal desalojo de la Autopista del Sol México a Acapulco- en donde murieron los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús-, inició una furiosa campaña en los medios de comunicación de la entidad para desaparecer a la escuela, misma que culminó con la desaparición de los 43 estudiantes en septiembre de 2014”.
Después de ese incidente “los normalistas se pusieron en huelga; y también se empezó a promover desde la Secretaría de Educación en Guerrero, a través de su titular Silvia Romero, que los maestros se negaran a regresar a clases; y en este caso fueron los maestros los que cerraron la escuela”.
Fue entonces, agregó Miranda Ramírez “que se empezó a promover la participación de maestros de la UAG, y otras instituciones educativas, para impartir clases en la Normal; fue así como los maestros mafiosos en paro en ese plantel, que también son conservadores, y con consignas policíacas porque su comportamiento así lo demostró, empezaron a ceder, pero también hubo infiltración de maestros”.
Por otro lado, “se logró avanzar en la conformación de una comisión nacional en la que participaron diversas personalidades, y organizaciones no gubernamentales, como SERAPAZ, y el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, para enfrentar, por decirlo de algún modo, la amenaza de Aguirre Rivero de cerrar la Normal de Ayotzinapa, y de esa manera iniciaron las negociaciones”.
A través de esta comisión “se logró la indemnización a los familiares de los jóvenes asesinados; y se lanzó la convocatoria de ingreso en las comunidades rurales indígenas, y urbanas pobres de la entidad; incluso se pretendió bajar la matrícula estudiantil, pero finalmente se logró que se preservara, y fue como se impidió reducirla”.
La muerte de los dos compañeros estudiantes “reflejaba la criminalidad y la fobia que tenía Aguirre Rivero hacia la Normal de Ayotzinapa, de ahí su campaña mediática y furiosa en los medios de comunicación en contra de la escuela, para justificar el cierre de la Normal; la encuesta o campaña, fue en toda la entidad, para que se viera que era el pueblo el que decidía su cierre”.
Fue en ese momento, más o menos en febrero de 2012 “cuando desde el gobierno y la SEG, se presionó para que se aceptara como alumnos de nuevo ingreso a seis muchachos pobres”, que proponía el gobierno estatal; recuerdo que integrantes de la comisión nacional les sugerimos que no aceptaran a la gente de fuera”.
Finalmente “se aceptó que ingresaran, no supimos si entraron los seis, o solamente uno o dos que, de los infiltrados, entre ellos a (Julio César López) Patolzin, que fue uno de los que ingresaron en 2012, como lo señala la Comisión del caso Ayotzinapa”.
Eso significa, continúo Miranda Ramírez, que “él o los infiltrados dieron la información de lo que sucedía en septiembre de 2014; por eso Aguirre Rivero tiene responsabilidad en el caso de los infiltrados, y a pesar de que dijo que no sabía nada al respecto, miente”.
Sostengo que “los infiltrados del 26 de septiembre de 2014, están desaparecidos, no sé si también los asesinaron, aunque no por la misma situación que vivieron los 43 normalistas. Una de las reglas del Estado, o del Ejército y la policía, era garantizarles seguridad a sus infiltrados, e incluso si es preciso sacarlos del país”.
Probablemente “los dos o seis infiltrados fueron sacados del país, y en el peor de los casos fueron desaparecidos o asesinados también, y creo que sus papás bien podrían aportar alguna información. No descarto que los hayan enviado a otro lado, para informar del paradero de los demás. Aunque también es probable que los hayan incinerado, pero por otras acciones, y hay que diferenciarlo de los muchachos de Ayotzinapa, que no sabían lo que estaba sucediendo”.
“A Angel Aguirre, y a Silvia Romero, se les debería convocar por parte de las instancias judiciales, para que digan los nombres reales de los seis estudiantes que infiltraron en la Normal de Ayotzinapa; ellos saben muy bien, porque estuvimos como miembros de la comisión nacional en las reuniones que sostuvimos en Casa Guerrero, con Aguirre Rivero, y otros funcionarios”, concluyó. (Fuente: Revista Numeralia del sur 225)