Largas y caóticas filas de fieles católicos despiden al papa Francisco

*El papa Francisco se convirtió, una vez más, en símbolo de una Iglesia que respira con el pueblo.

DAVID RODRÍGUEZ
MILENIO/VATICANO

El sol apenas despuntaba en el cielo romano cuando miles de peregrinos comenzaron a formar una fila silenciosa, paciente, casi sagrada. No era una mañana cualquiera, era el día del último adiós.

Desde las seis, bajo la bruma de una ciudad que lloraba con dignidad, fieles de todos los rincones del mundo se congregaban en torno a la Basílica de San Pedro para despedirse del papa Francisco, el pontífice que cambió la historia de la Iglesia con gestos más poderosos que cualquier dogma.

No había cantos, no había vítores. Sólo un murmullo común, «el de la fe dolida, la de quienes llegaron para ver, por última vez, el rostro sereno del Papa del pueblo».

Filomena, una mujer italiana de rostro curtido por el tiempo, alzó la voz apenas para dejar escapar un suspiro emocionado.

“Muy emocionada… porque el Papa Francisco fue un gran personaje, un gran, gran hombre. Este es un momento bellísimo. El Papa lo vale… pasé siete horas en coche solo para saludarlo”, señaló Filomena.

En las calles empedradas que rodean la Ciudad del Vaticano se respiraba algo más que duelo. Era una atmósfera cargada de memorias, como si la plaza misma recordara las palabras, las sonrisas y las bendiciones de un hombre que se negó a vivir en palacios, que prefirió caminar entre la gente antes que sobre alfombras rojas.

Desde Argentina, su tierra natal, también llegaron devotos que veían en este momento una herida abierta en el alma de un país que nunca recibió su visita como pontífice, pero que lo sintió siempre cerca.

“Fue un golpe muy fuerte. Toda nuestra familia está allá, participando en misas y ceremonias por el eterno descanso del alma del padre. Era un Papa muy querido. A pesar de que no volvió a Argentina, había un vínculo muy profundo que nos unía,” indicó Marcos, con la voz rota pero el corazón firme.

México también estuvo presente. Pero esta vez no se escucharon guitarras ni porras.

Los mexicanos, conocidos por su estruendosa devoción, estaban ahí, callados y conmovidos, cargando sobre los hombros el peso de una despedida histórica.

“Sentimientos encontrados. Estar aquí es un privilegio, un momento que uno no olvida. Pero también es doloroso. Para toda la comunidad religiosa es muy duro decir adiós así,” expresó Ricardo, quien aún recuerda con claridad la visita del Papa a tierras mexicanas en 2016.

Por más de dos horas, los fieles esperaron entre lágrimas, oraciones y recuerdos para ingresar a la Basílica y mirar por última vez al líder que eligió los gestos antes que los protocolos, el servicio antes que el poder.

Así, en medio de una multitud que no gritaba, sino que rezaba, el papa Francisco se convirtió, una vez más, en símbolo de una Iglesia que respira con el pueblo.

Los nueve días de duelo en el Vaticano se llevarán a cabo a partir del sábado, mientras las puertas de la basílica de San Pedro se abren a todos los que busquen darle el último adiós al sumo pontífice.

Casi 20 mil fieles presentaron sus respetos al papa Francisco en las primeras horas de la capilla ardiente, instalada desde este miércoles y durante tres días en la basílica vaticana de San Pedro.

El primer pontífice latinoamericano yace en un sencillo ataúd abierto, ante el imponente baldaquino barroco de la iglesia más grande del mundo.

Llevaba su inseparable rosario entre las manos y casulla roja. Su cuerpo no se depositó en un catafalco, a diferencia de sus antecesores: petición expresa del jesuita argentino de estilo austero.